viernes, 21 de septiembre de 2007

Clima


De chica rogaba que lloviera para que mis viejos amasaran tortas fritas, mientras dibujaba escuchando las gotas o miraba un capítulo de Mork & Mindy enterrada en la cama. Las botas de goma y el paraguas infantil, tal vez un piloto de plástico y salir a chapotear a la calle. La melancolía inevitablemente lo hace más mágico de lo que era en realidad. Quizás por todo eso me encante la lluvia.

Las sensaciones climáticas nos marcan impresiones subjetivas y fuertes como huellas en la memoria. Ciertos veranos en la playa y una canción de radio, las tormentas eléctricas y el sobresalto de los truenos, el ruido seco del granizo, los inviernos lapidarios, el café de otoño, alguna nevada, perfumes de una primavera alérgica y enamorada, etc. Todos tenemos un recuerdo o una sensación particular, algo que nos deja oscilando entre el amor y el rechazo inexplicable. Es enorme el poder fortuito del clima, que gravita sobre nosotros como un hechizo que nos abraza, nos enferma y nos vuelve a curar. Apenas nos damos cuenta de lo maravilloso que es, muy alejados del significado sagrado que tenía para los antiguos y las historias mitológicas que explicaban a los fenómenos climáticos como sucesos fantásticos. Hoy ya no construimos tótems donde venerar al dios de lluvia por ejemplo, ni un sistema de culto para adorar las dádivas de la primavera.

Sin embargo, existe una especie de sensor interno que nos alerta, algo así como un “apasionamiento” que remueve instintos y hasta raya con la intuición, al igual que los animales. No rodean señales casi imperceptibles que olemos, sentimos en la piel y nos penetra la psiquis como un presentimiento sin forma. Y luego el milagro seguro: el chaparrón breve o un cambio de estación entero. ¿No es mágico?

Con las primeras señales de la primavera, el engranaje se vigoriza. La gente se va despabilando, vuelven los días de asados al sol, las caras que miran al cielo con los ojos cerrados, las ventanas abiertas y la sorpresa ante las plantas como si renacieran cada vez más verdes. Todos se asoman de nuevo y respiran. Los animales, las señoras en las veredas, la música que se escapa de las casas, las cervezas frías en las terrazas, el riego fecundo, las alegrías del hogar. La ropa de invierno se guarda en bolsas dentro de alguna puerta del ropero, naftalina y olvido feliz. Se descubren los brazos, piernas y cuellos, entregados a la brisa y la luz que invade más y más horas. Las plazas se reinauguran con enamorados nuevos, pochoclos y bicicletas ansiosas. La primavera es valiente porque vence el letargo del invierno, lista para dar vida. Y para dar vida se precisa valor, decía mi abuela.

Siempre hay belleza, hasta en el encierro del frío y los días nublados. ¿Acaso no es hermoso el ritual del café, las pilas de frazadas, las bufandas y ese extraño oxigeno de la noche, tan lunar y tan azul?. Las heladas por la mañana, el aliento hecho nube de vapor en el aire, los vidrios empañados listos para ser dibujados por un dedo, la estufa que calienta las manos cuando venís de la calle.

Es gracioso a veces cómo nos enojamos con el tiempo. Apenas caen unas gotas, mucha gente (que no irá justamente a recital a cielo abierto) se queja sin razón como si fuera una maldición terrible. Como si siempre quisieran un día soleado imposible, sin considerar otros matices hasta más interesantes tal vez. Si hace frío queremos 30 grados y viceversa (y rapidito si es posible).

Más allá de todas las tragedias climáticas, es curioso cómo a lo largo de los siglos, perdimos esa sabia contemplación con el humor de la naturaleza, como si acaso también pudiéramos digitarlo. ¿Cómo habrá sido todo cuando las personas celebraban los hechos más naturales?. Una fiesta eterna, indudablemente.

martes, 7 de agosto de 2007

La Strada


«Al inicio de La Strada había sólo un sentimiento confuso de la película, una nota suspendida que proporcionaba tan sólo una melancolía indefinida, un sentido de culpa difuso como una sombra; vago y doloroso, compuesto de recuerdos y de presagios. Este sentimiento sugería con insistencia el viaje de dos criaturas que están fatalmente juntas, sin saber por qué. (...) Hacía mucho que quería hacer una película para Giulietta: me parece una actriz singularmente dotada para expresar con inmediatez los estupores, los sustos, los frenéticos regocijos y los cómicos oscurecimientos de un payaso

Federico Fellini.

Es curioso cómo el relato de dos historias individuales, puede capturar el espíritu dominante de un lugar y época enteros. Quizás en eso resida la genialidad narrativa y artística de su autor, el modo interpretativo y casi inconsciente en que proyecta sus más íntimas impresiones. En La Strada, Fellini lo que consigue es un retrato global de toda la Italia hambrienta de posguerra y hasta la idiosincrasia de todos los pueblos mediterráneos, a través de la marginalidad y desdicha de sus personajes.

Una campesina pobre y -lo que hoy llamaríamos- “disminuida”, es vendida por su familia al cruel Zampanó (Anthony Quinn), un mundano artista de circo. Subestimada por la prepotencia de su amo, la sumisa Gelsomina se ve obligada a acompañarlo en sus espectáculos, donde él parte cadenas ante un público desafiante. Una especie de amor-odio va gestándose dentro de ella, como si no pudiera vivir sin la falsa seguridad que le devuelve el sometimiento de Zampanó. Así, legitima el maltrato y la indiferencia conformándose con una vida servil, donde su único escape será la magia del circo. Allí encontrará la confianza en sí misma gracias a un artista soñador, a quien Zampanó sabrá apartar fatalmente.

El dulce y triste personaje de Gelsomina, definida por Fellini pero interpretada por su esposa Giuletta Masina como un clown cuya desdicha recorre cada fotograma; se podría encontrar, aunque en un pasaje mucho más extremo, en las protagonistas de los films de Lars Von Traer, Emily Watson en Rompiendo las olas (Breaking the Waves, 1995) y la histriónica Bjork en Bailarina en la oscuridad (Dancer in the Dark, 2000). Sin embargo, la contundencia dramática de Masina permanece cimentada como única desde su debut en Camarada (1946), dirigido por Roberto Rosellini.

Sin dudas, La Strada irrumpe como un prodigio sensible, donde la economía narrativa alcanza su esplendor sin descuidar detalles. En este contexto y con la complejidad de su autor, es donde el film se convierte en una historia de amor imposible, más que en denuncia social. El amor abnegado de la tierna payasa, confronta una y otra vez con el amor oscuro y orgulloso de Zampanó, aunque acabe finalmente consumido por su inevitable soledad. Una lección espléndida sobre la cobardía, el egoísmo y el desamparo frente a la infinita bondad que trasciende el drama hasta el límite, en todas sus formas.

Candidata al Oscar en 1957 como mejor guión por Federico Fellini y Tullio Pinelli y ganadora del León de Plata en el Festival de Venecia en 1954, La Strada se sublimó como una maravillosa “road-movie” tal como alude su título: La calle. Dolorosa, amarga y llena de sorpresas, donde no siempre sobrevive el más fuerte.

Es por esto que Fellini, además de ser reconocido como uno de los cimientos del modernismo cinematográfico, también debería ser recordado como un excelente creador de personajes e historias, potenciado luego con la llegada de la revolucionaria La dolce vita en 1960, donde la búsqueda de nuevas formas artísticas lo acabaron por consagrar como uno de los más grandes autores cinematográficos del siglo XX.

Federico Fellini, "Hacer una película". Ed. Paidós. Colección "La memoria del cine". Barcelona, 1999.

Pájaros volados


Un pájaro naranja se asomó por la ventana, es el mismo pájaro de ayer que me miraba inmóvil desde el jardín. Me siguió a la calle y voló hasta desaparecer entre los árboles oscuros. Me gustó verlo otra vez, sólo por un privado gusto hacia el pensamiento mágico.

Sospecho que ese pájaro sabe más de mí que nadie en el mundo. Esas cosas simplemente se saben...

martes, 24 de julio de 2007


Un terrible verano azota los suburbios de Viena. Reposeras, cemento y cuerpos obesos sudando bajo el sol, son la constante de una historia donde el patetismo y la soledad entrecruzan las vidas, reduciéndolas a meros insectos disfuncionales y sórdidos. Una mujer martirizada por su cruel proxeneta, un viudo que reemplaza su difunta esposa por una fiel mucama, un solitario vendedor de alarmas a domicilio, una chica que hace dedo tortura a quienes la recogen con preguntas absurdas, un tipo psicótico golpea a su novia showgirl y un matrimonio separado bajo el mismo techo, convive con el dolor de la muerte de su hija. Algunas de las historias que circulan entre la locura y la naturaleza vejatoria de una sociedad degradante. “Dogs Days”, primer film de ficción del austríaco Ulrich Seidl, sin dudas es una de la representantes de ese género despiadado que podría llamarse “la vita non e bella”, donde las historias confluyen en una atmósfera deliberada de orfandad, violencia y ternura, llámese Magnolia, 21 Gramos o Babel (como un ya agotado y poco discreto intento).

Seidl arroja una mirada áspera y hasta morbosa de sus paisanos, fotografiando sus cuerpos fláccidos, su soledad brutal y la rigurosa decadencia manifestada en el sexo o una simple mirada.

“Pueblo dotado para la belleza, gloriosa Austria” canta aterrado un tipo apuntado a pistola, siendo obligado a entonar el himno. Todos tiemblan, sudan y padecen tácitamente esa condición tan “austríaca” que hasta el propio director pareciera lamentar, como si la belleza y el desasosiego humano hubiesen elegido un lugar y tiempo en el mundo.

jueves, 10 de mayo de 2007


- Hola, si, ¿Sra.Elena Fortabat?
- Si, quien es
- Como le va. Le habla Victoria de parte del Sr. Jorge A. Es para hacerle una invitacion.
- Si, querida.
- Si. Es para un evento el dia jueves. A las siete, eh, a las 19. En la calle Migueletes al 2300.
- ¿Migueletes?. ¿Por donde queda eso querida?
- No tengo idea. Yo soy de zona sur. Apenas conozco el centro
- Ahhhh, ¿de la patagonia?
- No señora, de Burzaco. Queda en la zona sur del conurbano. Pasando Adrogué ¿le suena?
- Ah, querida, ahora si. Tenia algunas muy queridas amigas por esos pagos...
- Ah, mire usted. Bueno ¿piensa que va a poder asistir al evento?
- Ay querida, voy a estar grabando todo el dia. Pero quizas llegue a eso de las 20.
- Tu viejo era un nazi, tu viejo era un nazi... Si como no!, el cocktel dura hasta medianoche. Le agradezco su tiempo y que siga bien.
- Mil gracias querida. Adiós.

No me pregunten cómo demonios fuí a dar con esta mujer, pero sucedió. Muchos pensamientos te atraviesan cuando hablás con personas que pertenecen al aberrante cono del poder económico, cuyos estragos bien conocemos todos. Volví pensando en ella en el tren, mientras un tipo increíble vendía bolígrafos maravillosos por solo 2 pesos. Perros, afiches, gritos, barbarie, vida. No hay nada mas hermoso que volver a casa...

martes, 3 de abril de 2007

No me hagas bailar cumbia




Los cumpleaños de 15 son decididamente un mundo aparte o quizas su costado mas pedorramente feliz. Un salón que varía de acuerdo al presupuesto familiar, una pendeja caprichosa y los personajes de siempre: El padrino borracho loco por tocar un culito, la tía que rompe la dieta y engulle sentadita toda la noche, los mozos con tremendísima cara de culo, el lomo con papas noisset y muchos cubiertos, el centro de mesa que alguna siempre se afana, etc. Y a todo esto alguien que siempre aparece de la nada y te agarra del brazo obligándote a bailar "El beso del Osito" y uno no sabe cómo administrar la cara de "SEÑOR SUELTEME O LO MATO". Nos miramos con mi novio sin entender la desmesurada insistencia del hombre por concentrar al salón entero en la pista pachanguera y nos cagamos de risa.
Hablando hace unos días con mi amigo Mendele, coincidimos en la misma terrible pero sensata impresión. El, como reciente mozo de un lugar de eventos, sorprendido por el bizarro comportamiento en estas fiestas, siendo testigo estoico del aquelarre y la tristeza fiestera.

Reggaeton, cuerpos amontonados en trencitos transpirados, provocación vacía, corbatas en la frente y miradas perdidas, gente que llora por algo, quinciañera en patas, sobras de comida, nenes que duermen en sillas, la familia unida, cotillón, bailarinas de axé robandole la poca razón al tío, la tía celosa, souvernirs con tul, desayuno con medialunas, amanecer, me duelen los pies, no aguanto más...

jueves, 15 de marzo de 2007

Maravillosidades del aburrimiento


Saber de la proximidad del otoño me revive, me da ganas de hacer cafe y pensar que muchas cosas pueden ser posibles, a medida que lo preparo lentamente y dejo ensuciar de hojas mi patio (porque me gusta que se ensucie). Resignifico mi aburrimiento matinal y respiro una vez más. Esta nublado y tambien me gusta. El silencio es abrasador y salgo a caminar. Esto es lo que más se parece a la felicidad. Tan solo el ingenuo instante de la certeza.

viernes, 19 de enero de 2007

Sr. Oficinista: Renuncie.



Renuncié. Ajá. Una mañana le dije a mi jefa "me voy" y no hubo forma de que lograran convencerme. Es increible el poder del Agotamiento acumulado y cuando se estalla, las desiciones son indeclinables. Aaaahora se respira, se respira mucho mejor, se abren cosas, se cierran otras terribles. Tengo que acostumbrar a mis pulmones al sano ejercicio de la respiracion, algo que durante años se habia afofado en una oficina miserable, hermetica y prisionera.

No más trenes enloquecidos, ni paranoia, ni fobia a las llegadas tarde, ni las psicopateadas insoportables. Hoy brindo por vos, por mi, por esta sensacion bellisima de liberacion y orgullo bueno.

viernes, 5 de enero de 2007

Debilidad



Abanicame
Abanicame con las piernas, abrí la ventana
respirá de la luna
quiero escucharte respirar
al lado mío
arriba mío
siempre, siempre, siempre
hace calor
somos el barro, el vapor, el insecto, la mala palabra
decís que soy injusta
maullo
explotás
somos incesto, dios, corrupción, eternidad.