martes, 21 de noviembre de 2006

Foto: Giovanny Garrido

Tres, cuatro, cinco, seis. Los cuerpos corren sobre el polvo, buscando histéricos la pelota de cuero reventado. Alguien grita cerca del arco, un par de rodillas huesudas se entierran en el polvo, la pelota sale disparada en línea recta, el sudor de los rostros se enfría y ¡GOOOOOL!. El petiso de gorrita salta desenfrenado entre sus compañeros, una palmada fuerte en la espalda lo sacude y sonríe como un goleador consagrado.
Así se transpira el picadito que despide al Sol. Como en una procesión secreta y sincrónica, se juntan los cuerpos y la pelota como un santo sucio y descosido, que se convierte en pasaporte artesanal a la gloria. Ellos se reinventan, se mezclan y fluyen en la religiosidad del juego, en la primitiva magia del Vencedor y el Vencido. El barrio es el estadio silente, la tibia olla que los alimenta desde el anonimato y la desesperanza, como un útero sabio y bueno.
Las delgadas siluetas se mueven como fantasmas contra el horizonte. Una brisa tibia despeina a los jugadores que se disputan el triunfo con ingenua ferocidad. Corren las piernas, se tiran de las remeras, ríen, putean, se caen y vuelven a correr como en una danza tribal, libertaria.
Termina el juego. 2 a 1. Los doce pechos respiran agitados en ronda. El de gorrita dice que quiere ser como Tévez y tener una novia como Natalia cuando tenga plata. Todos se burlan no por crueldad sino por creer en lo mismo. Y acarician tácitamente sueños de flashes eléctricos, hoteles, estadios y gloria dorada. Devolver sonrisas a las madres, volver al barrio consagrados, inflamarse de orgullo bueno y nobleza. Y ante todo, el gran desafío de saberse ganar la medalla de la Identidad para siempre.
El Sol desaparece. Los seis se tiran en el pasto y miran el cielo hipnotizados. El de gorrita usa la pelota de almohada y masca chicle con la boca abierta. Cuenta que el domingo va a ir a la cancha con su hermano y van a llevar el mejor trapo. Se produce un silencio amistoso, se despiden con un golpe corto en el hombro y se pierden en el barrio. En el campito sólo queda rocío, oscuridad y como doce bichitos de luz.
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3 comentarios:

Ale dijo...

Algo así como vértigo cuando lo leía. Una cadencia, un ritmo hermoso. Como de sueño, veía lo que estaba pasando. Qué poesía, qué capacidad para captar las cosas artísticamente. Muy bello vicky, gracias!

Ale dijo...

ahh, me olvidaba, por momentos me recuerda el estilo de Alan Ginsberg. No se si lo conocés pero sino lee El aullido, para Carl Solomon. Es genial, único. Te eleva. Asique una oración como: "Y acarician tácitamente sueños de flashes eléctricos, hoteles, estadios y gloria dorada." es algo muy único, es arte puro. Parece como la esencia estética de una emoción. Es energía hecha pintura o algo así.

Victoria dijo...

Pero nene! cuantas flores! Muchas gracias zampito...